Sonaban
las teclas del piano sin haber nadie que las presionara, sonaban sin
sonar los pasos que antes retumbaban en aquel lugar y escuchaba el
hombre, tendido sobre el lado derecho de la cama, los susurros que ya
no le susurraban.
En
un intento por recordar, se incorporó, y mirando a través de la
ventana, halló las aún notables marcas que la ambulancia dejó
hacía unas horas en su parcela, bajo la inmensa cortina de lluvia.
Salió
de la habitación a pasear por su antiguo hogar, que ahora, a parte
de la oscuridad, lo inundaba una tremenda amargura.
Dejando
la cama a sus espaldas, a buen recaudo, contempló la cristalera del
pasillo completamente rota, hecha añicos, destrozando también el
sueño que vivía en aquel lugar.
Continuaba,
depositando en cada habitación un antiguo recuerdo, en cada rincón
un lamento, en cada baldosa un sentimiento.

Cuando
llegó abajo se paró frente a la nueva puerta improvisada, la suya,
su puerta, ya no estaba.
Pisaba
sin clavarse los cristales de los jarrones que la disputa había
resquebrajado en el lugar donde todo comenzó.
Observaba
todos sus libros, descansando sobre el suelo frente a su enorme
librería, la que tanto esfuerzo le había costado crear, donde
guardaba sus secretos, el lugar donde se escondía del mundo, donde
le gustaba pasar las horas.
Se
quedó inmóvil, contemplando la escena. Ni una estampida, ni un
tornado, ni si quiera un gigantesco maremoto habrían podido crear
aquel inmenso desorden, aquel alboroto de hojas, libros y cristales.
Y
al fondo de la escena, intacto, conservado gracias a Dios, su piano.
Se
acercaba lentamente, dedicando cada mirada a su pasado, cada dato a
su recuerdo.
Se
sentó en el banco que estaba situado frente al piano el cual comenzó
a acariciar sin tocar antes de hacerlo sonar.
Después
de tantos esfuerzos, después de dedicar su vida entera a lograr sus
sueños, lo único que le reconfortaba al llegar a casa, era sentarse
frente al piano y escuchar la melodía que salía fruto de sus
propios dedos.
Cuando
terminó, se alejó del piano y de nuevo se posicionó en mitad de la
planta baja, ahora sin prestar demasiada atención al caos de su
alrededor.
Dirigió
una última mirada a sus espaldas y comenzó a subir las escaleras,
esta vez, con mas prisa.
Por
cada paso que daba, recordaba una palabra. Por cada pared que
arañaba, lograba recordar un grito. Por cada habitación por la que
pasaba, y en las que ya no miraba, lograba recordar una lágrima.
Cuando
de nuevo llegó a la entrada de la habitación, lo encontró en el
mismo lado derecho de la cama donde lo dejó unos minutos antes,
tumbado. Una botella de whisky lo
acompañaba, mientras que otras dos se dejaban ver en el suelo,
completamente vacías.
Quizá
la borrachera, o tal vez un verdadero sentimiento de culpa provocaba
en el hombre un llanto eterno, un lamento sin fin, una autentica
agonía.
Y
aun en el umbral de la puerta, contemplando la dramática escena, su
propia mujer muerta.
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