viernes, 20 de abril de 2012

Ayer, cuando tenía dieciséis...


Yo era un joven de dieciséis años, loco, inconsciente...descerebrado.
Estaba todo el día fuera de casa, de aquí para allá, sin preocuparme por nada, sin importarme lo más mínimo los problemas de casa, el dinero o que mi padre se fuera un par de semanas sin dejar rastro, sin decir nada.
No era de lo peor de mi barrio desde luego, pero no me quedaba mucho para serlo, la verdad.

¿Estudiar?, ¿para qué?, ¿a caso me iba a servir de algo?.
¿Trabajar?, se estaba más a gusto llegando tarde a clase, sin necesidad de explicarle nada a nadie, además, mis padres siempre andaban dejando las carteras a la vista de cualquiera, por ejemplo la mía.

Yo era un adolescente, y la vida no me sonreía muy a menudo, así que decidí declararme en su contra en un grandioso acto de rebeldía, y por consecuencia también volqué mi coraje y furor contra mis padres, ellos no me comprendían, no lo hacían antes, no lo hacen ahora y nunca les pediré que lo hagan.

Pero un día encontré algo que me hizo ver las cosas de otra manera, la vi a ella, aquella chiquilla de ojos morenos que me robaba el aliento cada vez que me miraba.
Parecía mentira, con tan solo dieciséis años ya creía conocer a la perfección qué era amar a una mujer hasta la locura, hasta la saciedad.
La seguí e insistí como nunca lo hubiera hecho por ninguna otra. Torné toda mi atención en ella, todas mis palabras y todos mis deseos, hasta que lo conseguí.
Al fin era mía, me abrazaba, me besaba, me sonreía, me miraba...a mí, y solamente a mí.

Y fueron pasando los meses, yo seguía siendo el mismo joven alocado y rebelde. Seguía con mi vida: los colegas, los cigarrillos, las peleas en casa...aroma a juventud.

Hasta que llegó el día, el día en el que me convertiría en un hombre y ella en la mujer que ahora es.
Llegó el día en el que pude evadirme por unos minutos de todos los problemas, de viajar a cualquier sitio sin moverme y sin necesidad de fumar.
Sentir el calor de una cama, la pasión de un verdadero amor, la sensación que puede llegar a provocar en ti una dama, esa satisfacción... pero de eso ya nunca se habla.

Y en contra de la máxima autoridad, nuestros padres, fue la mejor noche recordada, enredados entre las sábanas en aquella fría noche de febrero. Simplemente perfecto.

Cada vez fue a más, la siguiente vez más bonita que la anterior... y cada vez la perfección cobraba un nuevo valor y sentido, el de no sentirnos arrepentidos porque fuéramos, a la vista de los demás, tan solo unos niños.

Yo era un joven de dieciséis años, loco, inconsciente, descerebrado e ignorante, que no sabía nada de la vida ni de lo dura que puede resultar a veces, y no había nada que me pudiera preocupar tanto como para mantenerme en vela todas y cada una de las noches... pero claro que, eso era hace unos días... antes de que la vida me atara, antes de que la impactante noticia de que iba a ser padre me llegara.

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