Yo
era un joven de dieciséis años, loco, inconsciente...descerebrado.
Estaba
todo el día fuera de casa, de aquí para allá, sin preocuparme por
nada, sin importarme lo más mínimo los problemas de casa, el dinero
o que mi padre se fuera un par de semanas sin dejar rastro, sin decir
nada.
No
era de lo peor de mi barrio desde luego, pero no me quedaba mucho
para serlo, la verdad.
¿Estudiar?,
¿para qué?, ¿a caso me iba a servir de algo?.
¿Trabajar?,
se estaba más a gusto llegando tarde a clase, sin necesidad de
explicarle nada a nadie, además, mis padres siempre andaban dejando
las carteras a la vista de cualquiera, por ejemplo la mía.
Yo
era un adolescente, y la vida no me sonreía muy a menudo, así que
decidí declararme en su contra en un grandioso acto de rebeldía, y
por consecuencia también volqué mi coraje y furor contra mis
padres, ellos no me comprendían, no lo hacían antes, no lo hacen
ahora y nunca les pediré que lo hagan.
Pero
un día encontré algo que me hizo ver las cosas de otra manera, la
vi a ella, aquella chiquilla de ojos morenos que me robaba el aliento
cada vez que me miraba.
Parecía
mentira, con tan solo dieciséis años ya creía conocer a la
perfección qué era amar a una mujer hasta la locura, hasta la
saciedad.
La
seguí e insistí como nunca lo hubiera hecho por ninguna otra. Torné
toda mi atención en ella, todas mis palabras y todos mis deseos,
hasta que lo conseguí.
Al
fin era mía, me abrazaba, me besaba, me sonreía, me miraba...a mí,
y solamente a mí.
Y
fueron pasando los meses, yo seguía siendo el mismo joven alocado y
rebelde. Seguía con mi vida: los colegas, los cigarrillos, las
peleas en casa...aroma a juventud.
Hasta
que llegó el día, el día en el que me convertiría en un hombre y
ella en la mujer que ahora es.
Llegó
el día en el que pude evadirme por unos minutos de todos los
problemas, de viajar a cualquier sitio sin moverme y sin necesidad de
fumar.
Sentir
el calor de una cama, la pasión de un verdadero amor, la sensación
que puede llegar a provocar en ti una dama, esa satisfacción...
pero de eso ya nunca se habla.
Y
en contra de la máxima autoridad, nuestros padres, fue la mejor
noche recordada, enredados entre las sábanas en aquella fría noche
de febrero. Simplemente perfecto.
Cada
vez fue a más, la siguiente vez más bonita que la anterior... y
cada vez la perfección cobraba un nuevo valor y sentido, el de no
sentirnos arrepentidos porque fuéramos, a la vista de los demás,
tan solo unos niños.
Yo
era un joven de dieciséis años, loco, inconsciente, descerebrado e
ignorante, que no sabía nada de la vida ni de lo dura que puede
resultar a veces, y no había nada que me pudiera preocupar tanto
como para mantenerme en vela todas y cada una de las noches... pero
claro que, eso era hace unos días... antes de que la vida me atara,
antes de que la impactante noticia de que iba a ser padre me llegara.
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